
Tan profunda era la creencia en los hombres-lobo, que en los siglos XV y XVI se los consideraba en toda Europa como equivalentes a los hechiceros y las brujas, y cualquiera que fuese sospechoso de ser un hombre-lobo era quemado o colgado con la mayor crueldad, especialmente en Francia y Alemania. Como explica Elton B. McNeil en The psychoses (Las psicosis, 1970) al comentar aquella época de flagelaciones, tarantismo (manía de la danza), histerias masivas, fantasías hipocondríacas, proyecciones, alucinaciones, hechizos y hombres-lobo:
Esas actitudes reflejaban una psicología influida por la creencia de que «los dioses enloquecen a quienes quieren destruir.» La locura, como expresión de la voluntad de Dios, se convirtió en una epidemia. Su cura consistía en un ritual religioso cuyo propósito era usar a los psicóticos como blanco de la persecución religiosa y reafirmar el valor de los benditos, inocentes y puros. Eran benditos quienes denunciaban a las personas que habían vendido su alma al diablo. La clásica «caza de brujas» fue un subproducto de la búsqueda de la salvación.
La caza de hombres-lobo fue una manifestación del mismo tipo de sentimiento religioso; los juicios de brujas y los juicios de hombres-lobo están interrelacionados. Es en Francia, país de brujas, donde son más frecuentes los hombres-lobo. En un período de algo más de 100 años, entre 1520 y 1630, en Francia se registraron nada menos que 30.000 casos de hombres-lobo, hecho documentado en las actas de juicios de hombres-lobo que se conservan en los archivos públicos.
En 1573, en Dole, cerca de Dijon, en el centro de Francia, un hombre-lobo llamado Gilles Garnier fue acusado de devastar la campiña y devorar niños pequeños; tras confesar sus crímenes, ardió en la hoguera.
Unos años después, en 1598, en una zona desolada y desierta cerca de Caude, unos campesinos franceses tropezaron con el cadáver mutilado y manchado de sangre de un chico de 15 años. Un par de lobos que habían estado devorando el cadáver huyeron hacia unos matorrales cuando los hombres se acercaron. Los persiguieron... y casi inmediatamente encontraron un hombre medio desnudo acurrucado en los matorrales, con cabellos largos, barba descuidada y uñas largas que parecían garras y estaban manchadas de sangre fresca y restos de carne humana.
El hombre, Jacques Rollet, era un ser patético, un débil mental que padecía apetitos caníbales. Estaba desgarrando el cuerpo del muchacho cuando fue sorprendido por los campesinos. Es imposible determinar si aparecieron o no lobos en ese caso, o si aquella imagen fue fruto de la imaginación de los campesinos. Pero lo cierto es que Rollet creía ser un lobo, y mató y devoró a varias personas bajo la influencia de esa alucinación. Fue sentenciado a muerte, pero los tribunales de París anularon la sentencia y le encerraron, caritativamente, en un manicomio, una institución donde hubieran debido terminar sus días la mayor parte de los hombres-lobo, en vez de ser ajusticiados.
Otro caso significativo ocurrió a principios del siglo XVIII. Jean Grenier era un chico de 13 años, retrasado mental y con una fisonomía canina muy marcada: sus mandíbulas sobresalían y se le veían los colmillos debajo del labio superior. Creía ser un hombre-lobo. Una tarde aterrorizó a unas niñas diciéndoles que, en cuanto se pusiera el sol, se convertiría en lobo y las devoraría.
Pocos días después, una niña que había ido a cuidar las ovejas por la noche fue atacada por una criatura que, en su pavor, confundió con un lobo, pero que era, como se supo después, Jean Grenier. La niña lo golpeó con su cayado y huyó.
Cuando éste prestó declaración ante el tribunal de Burdeos, confesó que dos años antes se había encontrado con el diablo en el bosque, había firmado un pacto con él y había recibido una piel de lobo. Desde entonces había vagado como un lobo después de la puesta del sol, volviendo a su forma humana durante el día.
Grenier confesó también que había matado y comido a varios niños que había encontrado solos en el campo, y en cierta ocasión había entrado en una casa y se había llevado a un bebé de su cuna.
Una cuidadosa investigación del tribunal probó que esas declaraciones eran ciertas, por lo menos en lo que se refería al canibalismo. No hubo dudas de que los niños desaparecidos habían sido comidos por Jean Grenier y tampoco de que el pobre tonto estaba firmemente convencido de que era un lobo.
En tiempos más recientes, el fenómeno de los hombres-lobo se ha situado en el reino de la realidad subjetiva, pero sin perder nada de su horror. Se decía que tres hombres-lobo frecuentaban la zona boscosa de las Ardenas, en Bélgica, justo antes de la primera guerra mundial; en la misma época, en Escocia se rumoreaba que un pastor ermitaño de Invernesshire era un hombre-lobo. En 1925 un pueblo entero, cercano a Estrasburgo, declaró que un muchacho local era un hombre lobo y, cinco años después un hombre-lobo francés aterrorizó a la localidad de Bourg-la-Reine.

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