8.1.09

CARACTERÍSTICAS DE LOS VAMPIROS



El vampiro que origina las pesadillas de la imaginación humana es, según la tradición, un hombre que murió prematuramente o cuya existencia en el otro mundo es desgraciada. Otras veces era un suicida o un excomulgado, alguien que en vida ejerció como brujo o hechicero, que llevó una vida poco edificante o que fue nocivo para la sociedad.

Sospechoso de vampirismo era también cualquier persona que mantenía relaciones sexuales con uno de estos succionadores o era muerto por él; por otra parte, ingerir la carne de un animal muerto por un vampiro transformaba en vampiro al consumidor tras su fallecimiento. Tampoco eran nada fiables aquellos que habían muerto sin bautizar y, desde luego, los apóstatas pertenecían al grupo de los vampiros.

El que un vampiro fuera capaz de originar otros cien como él en breve tiempo era algo totalmente admitido, lo que convertía la historia en el cuento de nunca acabar. El tema era amplísimo, y como tal, difícil de combatir, algo que intentaron con desigual fortuna las iglesias católica y ortodoxa que, sin pretenderlo, no sólo perpetuó algunos de estos tabúes, sino que convirtió al murciélago en la encarnación de Satanás y en cómplice de las brujas, a los que representaron con alas de murciélago, reservando las plumas para otros seres más espirituales.

Parte de la maldad y la fuerza del monstruo reside en su capacidad sobrenatural de metamorfosearse en distintos animales, cualidad que se manifiesta entre la puesta del sol y el amanecer y que origina el hecho de que el murciélago fuera capaz de realizar acrobacias aéreas como las aves, a pesar de su cuerpo de musaraña o ratón. Su poder también reside en sus instintos hostiles, que le llevan a atacar a cualquier ser, no sólo a los más débiles, persona o animal.

En cualquier caso, ante la sospecha de que un difunto sea un vampiro, lo mejor es abrir su tumba; si el cadáver aparece incorrupto, las uñas y el pelo le han crecido después de la muerte, tiene un saludable color rosáceo, rastros de sangre junto a la boca y además desprende un olor pestilente se trata de un caso claro de vampirismo (si por el contrario el muerto exhalaba un aroma de rosas era "olor de santidad") y como tal hay que combatirlo.

El único sistema para acabar con él es clavar una estaca en su corazón o cortarle la cabeza, lo que interrumpiría de forma definitiva su actividad. Otra de las precauciones que se adoptó durante mucho tiempo fue enterrar a los ajusticiados en medio de un cruce de caminos para que si decidían abandonar su fosa, desorientados, no supiesen hacia dónde encaminar sus pasos; otra posibilidad era inhumarlos en tierra no consagrada al norte de las iglesias, por ser éste el punto más oscuro.




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