17.1.11

Otras variantes del vampirismo

Las vampiras más clásicas son Carmilla, de Sheridan Le Fanu, y Clarimonda, de Gautier. No les anda a la zaga Verónica Aisworth, que es la vampira de Orgasmos de sangre, un cuento de Carter Scott.

Las vampiras no se diferencian materialmente de sus "hermanos" masculinos, excepto en que ofrecen toda la hermosura fascinantge de las grandes amantes de la historia: Cleopatra, Mesalina, Lucrecia Borgia, etc. También son dueñas de grandes riquezas y cuentan con un séquito fiel de criaturas infernales.

Pero los vampiros pueden adquirir otras formas, como las del supuesto hijo de un sultán, en un cuento que forma parte de los dos centenares largos que dan forma a Las mil y una noches. Este engendro es clarividente, puede transformarse en el ser humano que estime conveniente o en cualquier animal, se alimenta de los cuerpos y la sangre de los hombres y mujeres y su "trabajo" principal es sembrar el mal por toda la zona donde se encuentra, al actuar como una especie de demonio. Esto no impide que pueda ser combatido con astucia.

Otras formas de vampirismo son las criaturas invisibles como en ¿Qué era aquello? de O´Brien, y en El Horla, de Maupassant. Enemigos muy distintos entre sí, ya que si el primero se limita a atacar, después de sembrar el terror con sus paseos casi fantasmales en el interior de un edificio, mientras que el otro ejerce un dominio mental y físico sobre su víctima, hasta casi arrastrarla a la locura...

Podríamos enumerar otras formas, como las de la Inquisición, con su cruel sentido de convertir a los infieles, que se aprecia en La promesa, de Villiers d I´sle-Adam. Lo que nos importa es dejar claro que estamos analizando un fenómeno que va más allá de lo literario.

Como anécdota diremos que en América del Sur, sobre todo en Argentina y Uruguay, hay unos enormes murciélagos, a los que se da el nombre de vampiros por su afición a posarse sobre las vacas, los caballos y otros animales de gran tamaño para chuparles la sangre. La leyenda cuenta que también atacan a los hombres, cuando éstos duermen en el campo o han dejado abiertas imprudentemente las ventanas de sus dormitorios.

NOTA:

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